MORLAIX, de Jaime Rosales
Curiosa, muy curiosa, y también inquietante, y enriquecedora, la sesión del pasado lunes 17 de Marzo en los Zoco de Majadahonda, con la emisión de la película MORLAIX presentada por su director, Jaime Rosales.
MORLAIX es una película complicada,
de una belleza formal impresionante, con un tempo casi perfecto, ligeramente
lento en ocasiones pero adecuado casi siempre. Está rodada en diferentes
formatos, a veces en color, otras en blanco y negro, con una fotografía siempre
perfecta, como el tempo, y unas actuaciones casi sublimes de sus jóvenes
actores. Por si fuera poco, MORLAIX nos muestra cine dentro del cine, con una
curiosa frontera, a veces difusa o incluso confusa, entre las películas que ven
los personajes y la que estamos viendo nosotros. Es este recurso el que
introduce el que bajo mi punto de vista es el valor más interesante de MORLAIX,
por el que sin duda merece la pena primero contemplar, y después recrear lo que
sucede, está sucediendo o ha sucedido en la pantalla: la magia.
Es la magia, o lo inexplicable, o
lo surrealista, lo que convierte a MORLAIX en una gran película, en una enorme
película (quizá en la mejor película de la historia del cine, aunque ahora no
nos demos cuenta, como afirmó Rosales en la presentación y en el debate
posterior), porque la magia, o lo inexplicable, tienen la virtud de dejar que
sea el espectador el que construya su MORLAIX particular, en función de lo que
la magia, o lo inexplicable, puedan desatar en el interior del alma de cada
uno.
A este fin, ya de por sí grande, y ante el que Barthes se frotaría las manos con una risa de loco (el que ha creado MORLAIX es irrelevante, lo importante es el MORLAIX que crea cada espectador después de verla), se suman también esas salpicaduras cinéfilas (como el baile de Godard, el paisaje de Bergman, el árbol quemado...), pictóricas (el panadero en una imagen que recuerda a Hopper) o literarias (la frase de Alejandro Dumas en su Conde de Montecristo: "Sólo un hombre que ha sentido la máxima desesperación es capaz de sentir la máxima felicidad. Es necesario haber deseado morir para saber lo bueno que es vivir"). Todo ello, junto con la profundidad a veces inquietante con la que se presentan temas recurrentes en el ser humano (el amor, ya sea romántico o pragmático, la muerte, la libertad...), hacen ya de por sí de MORLAIX una película muy interesante para disfrutar, para reflexionar, y para recrear en nuestra alma los diversos mensajes que transmite.
Estaba precisamente durante los
créditos finales procesando, reconstruyendo todo lo que acababa de ver,
fabricando mi propio MORLAIX, cuando Rosales comenzó el coloquio lanzando al
aire tres temas, como punto de partida para debatir: el amor (romántico y
pragmático), la muerte, y la libertad. Su planteamiento derrumbó el castillo de
naipes que la película había levantado en mi interior, porque esos temas,
siempre recurrentes, se desarrollan en MORLAIX de una forma muy interesante,
pero no forman parte, a mi parecer, de la esencia principal de la película.
Partiendo de ese inicio de coloquio, que ya me descolocó, mi inquietud fue
aumentando cuando Rosales hablaba de su película como si en realidad no fuera
suya. En varias ocasiones repitió que la película le atravesaba, le superaba.
Al parecer muchos diálogos habían sido improvisados por los actores
precisamente como actores, no como personajes. El uso de diferentes formatos,
diferentes tonos (color y blanco y negro) y diferentes encuadres no obedecía a
ninguna estrategia especial, y el guión no existía como tal, salvo un número
pequeño de escenas que se repetían en la trama. En algunas escenas, la imagen
en primer plano de la protagonista tiembla, como si la hubieran sometido a
descargas eléctricas. Según Rosales, ese efecto tampoco estaba premeditado, y
de hecho no significaba nada en concreto. Rosales parecía encogerse de hombros,
"Ah, no, si la película ha ido por donde le ha dado la gana", le
escuchaba decir yo en mi mente, y fue entonces cuando llegué a atisbar lo que
estaba perpetrando el director en el debate: matar al director (es decir, a sí
mismo), y de paso matar también al espectador, a su libertad a la hora de
recrear una película que, según la persona que nos estaba hablando, no había
sido creada realmente por nadie.
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En un cierto momento, la magia, lo inexplicable, lo surrealista, se instaló también en mi cabeza. En mi delirio, imaginé que Rosales había asesinado, literalmente, al verdadero creador de la película después de robársela. Un creador que, posiblemente, había creado su película sin motivo alguno, quizá porque, tal como dice Jean Luc, el protagonista, "lo que hacemos sin motivo determina nuestro futuro". Rosales había matado al creador de MORLAIX, estaba matando a Barthes, y de paso, nos estaba matando a los espectadores, pero dejándonos, eso sí, una sonrisa de oreja a oreja por el buen rato pasado, tanto durante la proyección de la película como durante el coloquio conducido magistralmente por él. Supo jugar perfectamente, sin aclarar ninguna y poniéndose de lado de una manera elegante y contundente al mismo tiempo, con las dudas que, inocentemente y con enorme inseguridad, le exponíamos unos espectadores que estábamos siendo sacrificados por sus palabras.
Habrá que ver MORLAIX otras cuatro,
cinco, seis o diez veces, y acudir a otros tantos coloquios con Jaime Rosales
(sería por cierto un golpe fantástico si en uno de esos coloquios apareciera de
repente, surgido del más allá, su verdadero creador), para desentrañar el
misterio de MORLAIX, que quizá sea, aunque hoy en día todavía no nos demos
cuenta, la mejor película de la historia del cine.
Aplaudo la magia de MORLAIX, y
aplaudo sobre todo la imaginación de Jaime Rosales para esparcir esa misma
magia en el coloquio celebrado en una sala de cine. Gracias a Jesús Escudero
por el aporte de las fotografías.
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