FIN DE FIESTA, de Elena Manrique
— No me gusta el cine español
— ¿Y en qué te basas para decir
eso? ¿Qué película española has visto últimamente?
— Ninguna. ¿Es que no me escuchas?
No he visto cine español porque no me gusta el cine español.
La conversación es siempre
recurrente, y siempre con personas con las que no suelo compartir ni aficiones
ni inquietudes. La mayoría de las veces termina así, con un "claro,
claro..." condescendiente por mi parte. Hace bastante tiempo que no me
meto en ese bucle melancólico de las conversaciones que no conducen a ninguna
parte, que no hacen reflexionar a quien ya tiene absolutamente claras sus
convicciones, bien por ignorancia o bien por una mala educación socialmente
aceptada. En esta ocasión, sin embargo, entré al trapo. Después de la película
que había visto unos días atrás, decidí que merecía la pena intentarlo.
— Pues no tienes ni la más remota
idea de lo que te estás perdiendo.
— No me pierdo nada. Dime un sólo
título español que merezca la pena.
— "Fin de fiesta",
sin ir más lejos. La vi el otro día, en los Zoco de Majadahonda. Película y
coloquio con la directora, Elena Manrique. Una auténtica gozada.
— ¿"Fin de Fiesta"?
Ni la he oído.
— Claro, no la has oído porque ese
es el gran problema del cine español, la falta de promoción. Y no la has
buscado porque ya nadie busca nada, nos limitamos a consumir lo que nos den
mascado los medios, ya sea televisión, redes sociales, revistas...
— Venga, no te enrolles, que te
enrollas. ¿De qué va la película?
— De una persona que, después de
desembarcar de una patera en una playa andaluza, se esconde en el casoplón de
una ricachona.
— Uy... Lo siento, no puedo, me
tiene saturado el tema. Nos van a meter a los inmigrantes ya hasta por vena.
— Esa es la base, pero la película
tiene más. Mucho más, de hecho. No te puedes hacer idea.
— Pues cuéntame, pero sin enrollarte mucho, que te conozco.
— Lo primero es el entorno.
Maravilloso. Quitando la escena inicial, en la que nos convertimos en los ojos
de Bilal (así se llama el inmigrante) mientras contemplan el paisaje desde la
furgoneta en que se ha escondido, al tiempo que suena una preciosa música,
casi toda la película se desarrolla en la mansión de Carmina, quien después del
susto inicial acoge a Bilal. El jardín de la casa es espectacular, lleno de
plantas, flores y silencio, muy del estilo de las grandes casas de Andalucía,
con una piscina que, según las palabras de la directora, "trae a la
mente algunas obras de Monet, como los nenúfares...". La casa es otro
protagonista de la cinta.
Pero sin ninguna duda, lo que
supuso para mí un descubrimiento increíble fueron los personajes de Carmina y
Lupe, interpretados por Sonia Barba y Beatriz Arjona respectivamente. Carmina
es la dueña de la casa. Excesiva en sus gustos, en sus caprichos y en sus
adicciones, excesiva también en su gran pereza cuando algo o no lo interesa, o
se escapa de su corto entendimiento. Sonia Barba ha creado un personaje
irrepetible, digno de recordar, digno de saber más de él, en otro largo, en un
corto, o en una serie. Su mezcla del espíritu de Verónica Forqué con el del
mítico Luis Escobar de "La escopeta nacional" te mantiene
clavado a la silla, deseando ver su próxima reacción ante unos acontecimientos
que parecen superarla en todo momento. Es tan atractiva tumbada displicente en
un sofá (hasta el punto de inocularte un inevitable cansancio) como moviendo
los brazos como un molino desbocado para espantar a una hipotética rival en un
baile frenético. Carmina es un torbellino caprichoso, clasista, de rancia
hidalguía y rancio bolsillo, y con un miedo terrible a la soledad. Lupe, sin
embargo, es justo lo contrario que Carmina, la persona a la que sirve. Mientras
que Carmina ni sabe ni le interesa saber dónde está Senegal, el país del que
procede la persona inmigrante, Lupe se fascina ante el mapa de ese país que le
dibuja Bilal. Carmina es la vieja Europa, con sus atavismos, sus prejuicios, su
corrupción y sus delirios de grandeza. Hace las cosas sin pensar, empujada por
el capricho o el impulso, y no le importa mentir incluso de forma gratuita.
Lupe, por el contrario, representa la solidaridad, la nueva mentalidad, la
generosidad y la curiosidad por encima de todo. Se le ilumina la mirada cuando
Bilal le dice que quiere ir a Francia para matricularse en la universidad, y
reflexiona, como saliendo de un oscuro pozo, cuando le dice también que Carmina
la necesita a ella más que ella a Carmina. Empatiza con Bilal casi desde el
primer momento.
Es una gran película, créeme. El guión es perfecto, redondo, sin fisuras, y te mantiene pegado a la butaca hasta el último momento. Los personajes son muy atractivos, y empatizas con ellos desde el principio. Las dosis de tensión, y esos caminos que se bifurcan en la trama para llevarte a lugares a veces inquietantes, y otras veces atrayentes, la música, el ritmo, hacen de "Fin de fiesta" un título muy interesante, de esos que te ayudan a recuperar la fe en el cine español y en quienes lo hacen posible a pesar de las dificultades, que son muchas.
— No me has contado nada del
inmigrante.
— Es el personaje principal, el que
remueve todo, el que consigue con su llegada hacer temblar los cimientos
emocionales tanto de Carmina como de Lupe. Su situación es dura, peligrosa,
dependiente, pero, curiosamente, no despertó en mí esa sensación de "pobrecito
inmigrante" que he tenido viendo otras películas con esa temática. Elena
Manrique tenía muy claro, y lo confirmó en el coloquio, que no quería
transmitir esa idea. Bilal es la modernidad, la fuerza y la renovación, y el
que no sea capaz de verlo así, como los rancios amigos de Carmina, tiene un
problema.
— Pues me están entrando ganas de
verla.
— Posiblemente los Zoco vuelvan a
programarla. No pierdas la oportunidad de verla en pantalla grande. Y si es en
los Zoco, mejor.
Y no la dejes para el año que
viene. El año que viene, más tranquilo.
Muchas gracias a Jesús Escudero por sus magníficas fotografías, y a loa Zoco de Majadahonda por organizarlo todo.
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