MARINA, UNPLUGGED, de Alfonso Amador

Dice Roland Barthes en su ensayo "La muerte del autor":

"Sabemos que para darle su porvenir a la escritura hay que darle la vuelta al mito: el nacimiento del autor se paga con la muerte del autor"

La idea es fascinante. La obra, en el caso de Barthes literaria, deja de pertenecer al autor en el momento de ser creada y expuesta al público, y es el lector el encargado de hacerla suya, de interpretarla, de darle vida, de difundirla, comentarla, disfrutarla o aborrecerla. El autor pasa a ser el anónimo hacedor de una obra que es el lector quien tiene que decidir si es una obra maestra o una obra fallida. Pensaba en todo esto mientras escuchaba a Alfonso Amador hablar de su película en el fantástico coloquio que se desarrolló, como siempre en los Zoco de Majadahoda, el pasado 30 de Enero. Aunque Barthes habla en su ensayo de literatura, sus ideas son extrapolables al cine, porque para muchos de nosotros, la frontera entre cine y literatura es muy difusa, y en ocasiones muy especiales, como esta. Inexistente.

 Alfonso ha hecho cine con esta película, pero también teatro, y por supuesto, literatura. Cine, teatro y literatura con mayúsculas. Para cada uno de los espectadores que tuvimos el privilegio de asistir a la proyección y al coloquio posterior, "Marina, Unplugged" tuvo un significado muy diferente, si no probablemente en la idea principal, sí en los infinitos matices que transmite la forma de presentarla.


El desasosiego comenzó para mí desde el primer momento, cuando el pianista acomete en el escenario del teatro los compases de "Tomorrow belong's to me", la canción nazi que protagoniza la escena quizá más perturbadora de "Cabaret". Con este comienzo, con el claustrofóbico formato en 4:3, con la fotografía en blanco y negro, y con la brutal y fantástica presentación de Marina, maravillosamente interpretada por Claudia Faci (una actriz a la que no conocía y que ha pasado a ser una de mis actrices preferidas), me sumergí de lleno en una propuesta muy difícil, muy valiente y osada, inquietante la mayor parte del tiempo, y en ocasiones siniestra.

Hubo un silencio sepulcral cuando se encendieron las luces. Tardé bastante en recuperar el sosiego, la tranquilidad. Estaba totalmente impactado. Al aplaudir la salida a la pantalla de Claudia y Alfonso, la espectadora que estaba a mi lado comentó "no sé si aplaudir o llorar", probablemente tan conmocionada como yo.


En ese momento comenzó esa especie de "Proceso Barthes", relacionado con lo que comentaba al principio. Fue un coloquio intenso, duro, interesante, en el que hubo debate y opiniones encontradas. Alfonso comentó en algún momento del mismo que él había filmado su película para que después el espectador sacara sus propias conclusiones. A algunos espectadores no les convenció ese planteamiento. A uno le pareció que el discurso de Marina, planteado de la forma tan cautivadora y elegante que conseguía Claudia con su soberbia actuación, era susceptible de ser comprado por cualquiera que viera la película. Para otro, el mensaje antifascista que hipotéticamente (para él) contenía la película, debería ser muchísimo más claro y contundente. Al escuchar a estas dos personas pensé en Barthes, y pensé también que Alfonso había conseguido su objetivo, por mi impresión, la conclusión que había sacado de la película, no tenía nada que ver con la de los dos espectadores.

Es verdad que Marina es cautivadora, elegante, sumamente atractiva, atrayente. Es verdad que su voz (una de las voces más suaves y potentes al mismo tiempo que haya escuchado jamás) transmite calma, sosiego, seguridad, y encandila a todo el que la escucha. Es verdad, también, que el increíble uso de sus manos, que se mueven continuamente para reforzar ese universo suyo de magia y poesía, hipnotiza a quien las contempla. Es todo esto lo que sin duda fascina a la mujer entrevistada en la calle (ella, porque su marido no abre la boca, no sé si por estar de acuerdo o por cobardía), que con ojos iluminados proclama que Marina es la única persona capaz de establecer el orden, la patria, la familia... Es todo esto lo que sin duda ha empujado a una enorme cantidad de población en todo el mundo a comprar ese discurso, a hacerlo suyo.


Y sin embargo, viendo la enorme película de Alfonso, me resultó imposible fascinarme por esas ideas.

No creo que sea una cuestión de inteligencia, ni de ideología, ni de educación. Es simplemente meterse en la película, dejarse llevar. En todos los órdenes de la vida debemos estar atentos siempre a los matices, a leer entre líneas, a observar, y sobre todo, como dice Kallifatides, a tener en cuenta a EL OTRO. Es imposible (bajo mi punto de vista) comprarle a alguien que demuestra una crueldad extrema con sus colaboradores (fantástica la escena en la que, sin ver a Marina, asistimos a la bronca con su jefe de imagen). Es imposible comprarle el discurso a alguien que pisotea con sus zapatos de quinientos euros, al tiempo que recita de forma casi poética su texto, los chalecos salvavidas esparcidos en el escenario. Es imposible comprarle el discurso a alguien que ensalza la religión, la familia y la patria como elementos antropológicamente naturales y humanos, cuando probablemente sean los conceptos menos humanos que haya creado el ser humano. Es imposible, en definitiva, comprarle el discurso a alguien que pronuncia sistemáticamente, de manera enfermiza, un NOSOTROS, en el que nadie con una mínima preocupación por EL OTRO puede sentirse jamás incluido.

Creo que entendí de una manera definitiva y contundente el mensaje que ha querido transmitir Alfonso con su película, esa alerta ante algo que, por desgracia para la Humanidad, ya se ha establecido de nuevo entre nosotros. Su título debería tener muchísima más difusión de la que tiene. Debería proyectarse, junto con otros títulos como LA OLA, de Dennis Gansel (creo sinceramenre que MARINA la supera) en colegios, universidades, instituciones, bibliotecas... Es una película que no tiene sentido para los que ya han comprado el demagógico discurso de Marina, pero que podría tenerlo, y mucho, para los que todavía guardan en su alma un resquicio de humanidad, por pequeño que este sea, y se dejan llevar por sus miedos, o por cierta desconfianza hacia el otro, a la hora de votar.

Además de todo eso, la sensación que me quedó al final es que había visto buen cine. Gran cine. Cine con mayúsculas

 

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