NINA, de Andrea Jaurrieta


Johnny - ¿A cuántos hombres has olvidado?

Vienna - A tantos como mujeres tú, me imagino

- ¡No te vayas!

- No me he movido

- Dime algo bonito

- Claro. ¿Qué deseas oír?

- Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años

- Todos estos años te he esperado

- Y que habrías muerto si no hubiese venido

- Habría muerto si tú no hubieras venido

- Y que todavía me quieres como yo te quiero a ti.

- Te quiero como tú me quieres a mí.

- ¡Gracias!


Las referencias al cine de la "ultracinéfila", como Andrea Jaurrieta se define a sí misma con su simpatía contagiosa, son constantes, aunque este diálogo de “Johny Guitar”, para muchos el mejor de la historia del séptimo arte, sea posiblemente la más directa. Aparece en dos ocasiones en la película. En la primera de forma explícita, cuando Nina joven sale del cine y se escucha una parte del mismo, y en la segunda, cuando Blas le dice a Nina actual “no te vayas”, y ella le contesta sonriendo “no me he movido”. En esa misma escena, un poco más tarde, Nina dice la frase que más me impactó: “Me he olvidado de lo bueno”.


Me he olvidado de lo bueno


¿Cabe en una vida algo más triste que esa frase? No se trata de Alzheimer, ni de enfermedad mental alguna. Nos resulta imposible asimilar, o al menos ese es mi caso, que un ser humano, por llamarle de alguna manera, pueda causar, además de una manera consciente, un daño tan devastador a otro ser humano. Un daño que destroza su vida de un plumazo, que le hace peregrinar por un camino desolado, triste y oscuro, hasta el punto de que se haya “olvidado de lo bueno” durante el resto de su vida. Resulta demoledor el contraste entre Nina joven, una persona apasionada, idealista, alegre, enormemente culta e ilusionada por su futuro, y esa Nina actual, desencantada y absolutamente anulada como persona. Un contraste que alcanza sus puntos álgidos en esos flashbacks que se cruzan con el presente, un hallazgo cinematográfico muy interesante y atractivo, que se repite varias a veces a lo largo de la película y que enfrenta a los personajes actuales con ellos mismos en el pasado.


La película se desarrolla como un western, al estilo de “Sólo ante el peligro”. Nina regresa a su pueblo después de muchos años. La llegada, por la noche, con lluvia, y algunas escenas más relacionadas con oscuridad, tinieblas y armas, me recordaron mucho a “Bosque de sombras”, una película del 2007 de Koldo Aguirre que comparte además el potente color rojo del cartel publicitario. Los momentos actuales se combinan con flashbacks al pasado que relatan los hechos que provocaron el ahora. Básicamente, lo que nos cuenta Andrea es el encuentro entre dos personas intelectualmente muy similares, pero con almas muy diferentes. Vulnerable y receptiva la de Nina, y pasada de vueltas y corrompida la de Pedro, un escritor famoso que en la actualidad está siendo homenajeado por el pueblo, que utiliza como un encantador de serpientes la fascinación que su cultura y su fuerte personalidad provocan en Nina, lectora apasionada de su obra.



Como decía al principio, las referencias cinéfilas de Andrea son constantes, y contribuyen a desarrollar la historia con una potencia in crescendo que acentúa también la magnífica banda sonora compuesta por Zeltia Montes. Entre esas referencias, cabe destacar la de la procesión, una escena inolvidable que trae a la memoria la de “Calle Mayor”, de Bardem, y que, como bien apuntó Andrea cuando dijo en el coloquio “cada uno puede encontrar sus propias referencias”, a mí me recordó muchísimo, probablemente porque es una de las escenas más impactantes que he visto en mi vida, a esa otra procesión de “Zorba el griego” en la que Irene Papas se enfrenta a todos. También me acordé de “Conspiración de silencio”, en bastantes escenas que se desarrollan en un hotel similar al de Nina, pero sobre todo en ese silencio opresivo de todo un pueblo, que calla cobardemente dos sucesos, el que sufre Nina y el que trata de esclarecer Spencer Tracy. Un suceso que todo el mundo conoce pero del que nadie quiere hablar, por esa obsesión de la mayoría de los pueblos, me temo que de cualquier país del mundo, de no remover el pasado. Me resultó curioso que Nina dudara de que el pueblo sabía lo que había pasado, pero como muy bien explicó Andrea en el coloquio, es muy lógico que a alguien con un trauma le cueste asimilar que la gente no hubiera hecho nada ante la injusticia tan brutal que ella había sufrido.


También aparecen “La dama de Shangai”, con esa sugerente escena de la imagen de Pedro reflejada en el espejo del tiovivo, y muchos títulos del Spaghetti western o del Giallo italianos, si bien Andrea tiene la maestría de sustituir, sin que se note mucho, las típicas peleas en el saloon por las tribulaciones de una antigua amiga de Nina luchando para intentar controlar a sus hijos pequeños. En este sentido, surgieron en el coloquio dos simpáticos términos para definir en cierto modo la película: “Menstruo western” y “Feminismo norteño”, para destacar este último de alguna manera el emplazamiento de la trama en dos localizaciones del País Vasco.


Soberbias las interpretaciones de Patricia López Arnáiz, que interpreta a la Nina actual, de un Darío Grandinetti que transmite como pocos habrían sabido hacerlo la esencia de Pedro, su personaje, y sobre todo la sorpresa de conocer a Aina Picarolo en el papel de Nina joven. También Blas, interpretado por Íñigo Aramburu, arrastra los daños colaterales que un encantador de serpientes provoca de alguna manera en todos los que le rodean, porque al destrozar la vida de Nina, Pedro borra también de golpe las posibles ilusiones de Blas con respecto a ella.


Nina”, una ópera prima de muy alto nivel, con tensión, buenas interpretaciones, una música perfecta, y una historia fascinante, que nos hace replantearnos a cada uno de nosotros qué hubiéramos hecho en el caso de estar en la piel de cada uno de los personajes.

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