LA CASA, de Alex Montoya

 

Cada vez me resulta más enriquecedor, más fascinante a todos los niveles, contemplar esas conexiones entre las diferentes manifestaciones del arte. Conciertos de música de películas y películas sobre música, exposiciones o conciertos en lugares emblemáticos de la arquitectura, cómics que te abren al mundo de la arquitectura (MIES, de Agustín Ferrer Casas, el mejor ejemplo)… Son caminos que se bifurcan, que avanzan para encontrarse más adelante, y crear nuevos caminos, que a su vez se bifurcan y avanzan, conformando lo que podría compararse como una especie de delta, conectado en todos sus puntos y conformando un universo artístico y cultural, una telaraña de la que jamás se va a poder escapar una vez que uno entra, y la disfruta, y se estremece, y en definitiva, la vive.

En esta ocasión es el mundo del cine el que rinde homenaje al cómic. Existen pocos casos, muy señalados, pero la mayoría de las veces se trata de largos de animación que mantienen la estética del cómic (“Persépolis”, “Arrugas”, que adapta otra historia de Paco Roca…). Quitando los universos Márvel o DC cómics, y algunos títulos gloriosos como “V de vendetta” y “300”, pocos más cómics, y menos si no son de acción, han sido llevados al cine con personajes reales.

Es el caso de “La casa”, una novela gráfica de Paco Roca, intimista, familiar, emotiva, en la que los recuerdos salpican constantemente a unos personajes profundamente humanos. Una historia que define perfectamente Fernando Marías con dieciocho palabras en el epílogo del cómic, publicado por Astiberri: “Paco Roca ha hecho un libro a partir de los sentimientos generados por la muerte de su padre”. Esos sentimientos, esos recuerdos de tres hermanos hacia un padre que construyó prácticamente con sus propias manos la casa en la que se reúnen durante un fin de semana, forman parte de cada uno de nosotros, y esos sentimientos nos remueven. Paco Roca consigue esto con su cómic desde la primera página, una secuencia que a su manera recrea Alex Montoya en su película con la misma carga emocional. Al terminar, un amigo me comentó que había vivido una situación similar con sus hermanos, con otra casa familiar, parecida a la que acabábamos de ver.

Alex Montoya, que curiosamente es arquitecto y se metió en el mundo del cine de forma autodidacta (otro de esos caminos que se bifurcan de los que hablaba al principio) se enfrentó a un panorama complicado a la hora de acometer este proyecto. Precisamente otras adaptaciones de historias de Paco Roca (“Un hombre en pijama” o “El tesoro del cisne negro”) han resultado un fracaso si se las compara con la historia de la que parten, a pesar de que fue el mismo Amenábar el que montó una superproducción a partir de la segunda (la miniserie “La Fortuna”). Con estos precedentes, no sería de extrañar que Alex se lo pensara dos veces antes de embarcarse en el proyecto, ya de por sí difícil al tratarse de una historia entrañable, de emociones y recuerdos al padre. Y sin embargo, a pesar de esas hipotéticas dificultades de partida, el director ha conseguido crear una auténtica obra maestra.


Y creo que lo es precisamente porque Alex ha respetado profundamente, después de captarlo en toda su esencia, el espíritu de la obra de Paco, y porque partiendo de la base de las mismas situaciones que aparecen en el cómic, ha creado las suyas propias. La mayor parte de lo que nos cuenta en su película aparece en el cómic, por supuesto, pero visto desde un punto de vista diferente, recreando las emociones desde sus propias emociones, porque de eso es de lo que se trata, y es lo que sin duda percibió el director al leer el libro: cada espectador, cada lector, cada persona que entra en contacto con “La casa”, revive sus propios recuerdos, sus propias emociones. Lo dice también Fernando Marías en el epílogo del libro, “cada lector vivirá de forma distinta su estancia en estas habitaciones donde habita y se muestra lo universal”. Es la llamada a la memoria personal de cada uno, a los sentimientos más arraigados, lo que convierte tanto al cómic como a la película en auténticas obras maestras.

Resulta imposible no empatizar desde el principio con los tres hermanos, interpretados por unos actores de los que sin duda Alex Montoya ha conseguido sacar lo mejor de sí mismos (David Verdaguer, Óscar de la Fuente y Lorena López), y a los que según nos reveló en el coloquio posterior Óscar de la Fuente, que disfruta con las escenas de máxima tensión, el director les deja libertad para interpretar la escena a su modo. Puede que sea precisamente eso, la libertad en la interpretación, el poder dejarse llevar ante una historia fascinante, lo que dote a todos los personajes de la película de una enorme carga humana. Es imposible no empatizar con las parejas respectivas de los hermanos (Olivia Molina, Marta Berenguer y Jordi Aguilar), siempre al quite para tratar de quitar hierro a los desencuentros entre José y Vicente, siempre pendientes para aliviar el estrés, siempre estando ahí, como apoyo y como razón de vida. Es imposible no empatizar con las primas, María Romanillos y Tosca Montoya, esta última hija de Alex Montoya, encantadora tanto en la película como en el coloquio. La escena en la que María Romanillos revive un recuerdo con el abuelo cuando sale de la casa a pasear es una de las más emocionantes que haya visto en los últimos tiempos. Tampoco se puede dejar de empatizar con Antonio y Manolo, los dos ancianos, el padre y el amigo, magistralmente interpretados por Luis Callejo y Miguel Rellán respectivamente, siempre enormes actores, siempre profesionales y humanos al mismo tiempo. También se empatiza con el propio Paco Roca, que protagoniza el cameo sin duda alguna más simpático que haya visto jamás.

Y resulta imposible no empatizar, por supuesto, con el personaje principal, que es precisamente la casa.


Creo que es un gran acierto haber rodado en la propia casa, propiedad ahora de Paco Roca y anteriormente de sus padres, en la que se desarrollaron los hechos que se nos cuentan. En una curiosa anécdota que nos contó hace unas semanas el autor en el Thyssen, al parecer Paco quería rehabilitar la casa una vez adquirida, pero estaba esperando a que Alex realizara su película. Como el rodaje se dilataba en el tiempo, y convencido de que se había cancelado la película, la rehabilitó, y cuando finalmente se pudo rodar, hubo que transformar de nuevo la casa mediante atrezzo para darle la apariencia de antigüedad y falta de cuidados que vemos en pantalla.

La casa es otro personaje. Es el espíritu del padre y de la madre de José, Vicente y Clara, los hermanos. No sé muy bien cómo explicar la sensación de que esa casa era en realidad Antonio, del mismo modo que la casa de mi madre, o la casa del pueblo de mis suegros, son ellos mismos. La sensación, el golpe en la memoria que sentimos cada uno de nosotros cuando visitamos una de esas casas, es siempre el mismo, el que nos enseñan Paco y Alex con sus obras. También lo define muy bien Fernando Marías (espero que no tenga que pagarle derechos por esta entrada) en su poético epílogo: “la apacible comparecencia de los espectros del pasado, que evidentemente existen y perviven en otra casa, la de la memoria de lo que importa”, porque realmente es así, nos importa lo que dice Antonio, las enseñanzas y trucos que les enseña a sus hijos, del mismo modo que nos importaron, para crecer como seres humanos, lo que nos decía o veíamos en nuestro padre. La casa, sus objetos, sus recuerdos a veces inútiles, pero siempre recuerdos, sus plantas, sus muros, constituyen un personaje más, quizá el que más nos dice, el que más nos transmite.

La casa” son ahora dos entes, dos soportes diferentes, cómic y película, imposibles de separar. Cada uno con sus recursos, como la forma de mostrar los flashbacks del pasado (Paco con un color diferente en las viñetas, y Alex con un encantador formato en super ocho), cada uno con sus técnicas y su experiencia. Desde anoche, cómic y película, con sus semejanzas, con sus diferencias, con las personales maneras de narrar de cada uno, conforman sin embargo una experiencia vital única e indivisible, que se añade al bagaje emocional que cada ser humano lleva en su interior.

Sé que estoy abusando, pero creo que palabras como estas, de nuevo de Fernando Marías, son tan importantes como las dos obras maestras de las que he hablado. De hecho, son a su vez una pequeña obra maestra:

A medida que envejezco siento que el único tema de la literatura – y probablemente de todo lo demás – es el paso del tiempo. Y “La casa”, que es el libro que un chico quiso dibujar para su padre muerto, es también el libro que ha permitido a Paco Roca dibujar el tiempo que se va, o que se fue, o que se irá

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