"LOS NIÑOS DE WINTON" Y "RADICAL". SESIÓN CONTINUA

Pues sí, el domingo pasado hubo doblete, como el viernes anterior, en las mismas salas del mismo cine, el Zoco de Majadahonda, que no sé si de una manera premeditada programa sus películas de forma que el interesado en la sesión continua pueda hacerla sin problemas, sin solapes entre una y otra, o por el contrario en las dos ocasiones ha sido fruto de la casualidad. El caso es que de nuevo viajé al pasado, a aquellos cines con dos películas que no tenían por qué tener nada que ver la una con la otra, ni por temática, estilo, género, etc.

Curiosamente, sin embargo, las dos del domingo me parecieron muy enlazadas, vinculadas por el tema que tratan y por la forma de acometerlo. Posiblemente no existan dos películas más antagónicas en otros muchos aspectos. En la forma de dirigir, en la naturaleza de los personajes, en los actores… Incluso en la música , y por supuesto en el paisaje, en el ambiente, sórdido y amenazador en todo momento en la mexicana, y más benévolo (quitando la acción en Praga, por supuesto) en la inglesa. Nada menos que la BBC contra Univisión, Anthony Hopkins y Lena Olin (la actriz que considero más atrayente y atractiva de todos los tiempos, aunque el día anterior se me olvidara mencionarla en una conversación entre amigos) contra Eugenio Derbez (que a veces me recordaba a Cantinflas) y un Daniel Haddad que se sale en su papel.


La inglesa, “Los niños de Winton”, se desarrolla entre dos épocas, la actual y la de 1938 en Praga, en pleno preludio de la inminente guerra mundial. Anthony Hopkins interpreta a Nicholas Winton de mayor. No se me ocurre nada que decir. A veces pienso que Hopkins no actúa, sino que se transforma directamente en el personaje. No se me ocurre ningún otro actor que se interprete menos a sí mismo que él. Le he visto ya en tantos registros diferentes, desde Hannibal Lecter hasta Winton, pasando por el profesor de “Tierras de penumbra” y el librero de “La última carta”, que me resulta imposible encasillarlo en un determinado perfil humano. Ayer lloré, literalmente, en una de las escenas más emotivas que he visto nunca. En otra, memorable también, le dice a la esposa de un magnate de la prensa “a lo largo de mi vida he aprendido a dominar mi imaginación, entre otras razones para no volverme loco”, algo que de cierta manera, y viendo la película se puede entender así, es lo que impulsa a una persona como Winton a hacer lo que hizo.

En la mexicana, “Radical” nos encontramos con Sergio Juárez, un profesor mexicano que llega en 2011 a la ciudad fronteriza de Matamoros, un lugar opresivo, dominado por la corrupción y la violencia, con un método de enseñanza que a priori parece ideado por un demente, y que sin embargo poco a poco va calando en unos alumnos que, de no haber aparecido Sergio, seguramente hubieran continuado sus vidas desmotivados, arraigados a esa tierra que para la mayoría de los que la habitan resulta una trampa mortal.


Dos ambientes completamente diferentes, dos formas de contar irreconciliables, y sin embargo, con muchos paralelismos, sobre todo emocionales, pero también formales. Ninguna de las dos cae en ningún momento en la sensiblería fácil. Todo lo contrario, presentan los hechos de forma pragmática. Lo de llorar fue un simple “dejarme llevar” por mi parte.

En primer lugar, las dos películas están basadas en hechos reales. Winton salvó a 669 niños judíos en Praga en 1938. Sergio aplicó su método de enseñanza a los niños de la escuela pública de Matamoros en 2011. Al final de las dos películas aparecen las fotografías de los protagonistas reales de las historias, y se nos narra su trayectoria. En segundo lugar, se refleja la determinación, la fortaleza de dos personas que, contra viento y marea, hicieron lo que creyeron, lo que estaban convencidos que tenían que hacer, para ayudar a otros seres humanos.


Quien salva una vida salva al mundo entero”. Es la frase que tiene mi hijo en su perfil de wasap, y es también la frase que le dice a Winton el personaje interpretado por Jonathan Pryce en un magnífico cameo. Procede del Talmud según unos. Otros dicen que figura en el Evangelio de San Lucas. Quizá, seguramente, uno de los dos libros la tomó del otro. Ese es el tema de la película, y esa es la actitud que no entienden los que rodean a los dos protagonistas. Winton tiene una entrevista con un rabino judío que desconfía, que no puede asimilar que alguien que no sea judío quiera ayudar a huir a niños judíos. El director de la escuela de Sergio no puede entender que el profesor recién llegado no se limite a seguir el programa, a dejar pasar la hora de clase con el mínimo esfuerzo posible, y a participar en las pequeñas corruptelas de sus compañeros profesores. Los dos personajes son los díscolos, los que discuten, los que se pasan la mitad de su vida luchando contra la pasividad mental de la mayoría de las personas que les rodean.

Personas para las que tirar la toalla no es una opción, aunque tengan que enfrentarse a un sistema arcaico, obsoleto, como es el funcionariado británico que tiene que expedir los visados para los niños en el caso de Winton, o el sistema educativo mexicano, el muro contra el que Sergio se golpea la cabeza una y otra vez. Personas a las que su conciencia les obliga a hacer lo que sea, aunque a primera vista parezca imposible, para hacerles la vida más agradable a los demás, bien salvándoles directamente, o bien enseñándoles a pensar por sí mismos, a descubrir su propio potencial para construir su vida en torno a sus habilidades o sus ilusiones, y siempre en completa libertad. Personas a las que les importan un pimiento los convencionalismos, o las normas sociales, o el “qué dirán” que tanto daño le ha hecho a la sociedad, a todas las sociedades, a lo largo de los siglos.

Personas, en definitiva, que salvan mundos salvando vidas.

Winton y Sergio deberían ser conocidos en todo el mundo, porque su ejemplo siempre deja mella en todo aquel que se acerque a su historia. Por supuesto, existen personas completamente impermeables a esa enseñanza, a ese chute de humanidad. Sin ir más lejos, ayer, cuando se encendieron las luces al acabar “Los niños de Winton”, una señora le dijo a su amiga, con un tono de voz lo suficientemente elevado como para que lo oyéramos todos, “pues mira, si no los hubiera salvado, ahora no estarían matando palestinos”. Es inevitable, hay que asimilar que existen personas así, pero también debemos tener claro que de esas personas no vamos a aprender gran cosa, que lo mejor es dejarlas en su mundo, y tener el mínimo contacto con ellas, porque no nos van a aportar nada. Nadie contestó a esa mujer, ni siquiera su amiga. No se contesta entre otras razones porque tampoco serviría de nada. Hace ya mucho tiempo que no discuto con personas impermeables a las emociones más básicas de un ser humano, de cualquier ser humano, sea del país que sea. Para Winton y Sergio sólo existen seres que sufren, o que pueden aspirar a algo mejor, y se lanzan a muerte a salvarlos, sin pensar en las consecuencias, y comprometidos en primer lugar consigo mismos, y en segundo lugar con la idea de contribuir, con su pequeño o gran esfuerzo, a un mundo mejor.

Es el Humanismo en estado puro. Es la fuerza que debería sobresalir por encima de cualquier otro movimiento, de cualquier otro “ismo” basado en la religión, en los prejuicios, en ideologías políticas, en la codicia, en la diferencia en el color de la piel. Puede ser una utopía, que lo es, pero estoy seguro de que los 669 niños que salvó Winton, y los niños a los que enseñó Sergio, y los hijos de todos esos niños, y los hijos de los hijos, están convencidos, y lo estarán siempre, de que sí es posible un mundo más humano, un lugar mejor en el que vivir.

 

 

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