EN NOMBRE DE LA TIERRA, de Dorota Kobiela y Hugh Welchman (INICIATIVA DE PÓRTICO DE LA CULTURA)

Creo que es la primera vez que una misma película me provoca dos sensaciones tan diferentes, casi antagónicas, de placer por un lado, y de un profundo malestar por otro. De exaltación de los sentidos y de encogimiento del alma, de bienestar y de rabia, de alegría y de impotencia, y todo ello al mismo tiempo, fotograma a fotograma, escena a escena, con una intensidad que se mantiene desde el principio hasta el final.

No se trata de una película de animación al uso. Nos lo explica perfectamente Ester Arconada en el coloquio. De los mismos creadores de la nominada a los Oscars "Loving Vincent", Dorota Kobiela y Hugh Welchman, está realizada con 95.000 pinturas al oleo de cada uno de los fotogramas, con un equipo de 100 pintores que estuvieron trabajando durante tres años en el proyecto. Esa técnica consigue una espectacular puesta en escena, con imágenes "que vibran", según comenta también en el coloquio Víctor L. Guedán, de Pórtico de la cultura. Es esa parte estética de la película, llena de luz, color, belleza y movimiento, la que combinada con la maravillosa música (compuesta por Lukasz Rostowski, un amigo de los creadores que proviene del rap, y que ha creado un universo mágico que mezcla ritmos actuales con elementos del folclore polaco y voces femeninas de una fortaleza y un timbre especiales), provoca en el espectador esa sensación de estar contemplando un singular y bello espectáculo. Compartimos con Jagna, la joven protagonista, su idílica contemplación del mundo que la rodea, de la naturaleza, de los animales siempre presentes en ese mundo rural, de las luces y los cambios del cielo. La belleza está permanentemente en lo que ve, en lo que hace, en lo que la rodea. Muchos fotogramas recuerdan pinturas de Millet, y sobre todo de un pintor realista que nos descubre Ester, llamado Jozef Chetmonsky, algunas de cuyas obras podéis ver en esta entrada. Nos habla también Ester de "La joven Polonia", un movimiento modernista que se desarrolló entre 1890 y 1918, que abarcaba tanto pintura y escultura como literatura y música, y que da para abrir otra línea de investigación. Habla también Ester de Prerrafaelitas, de Art Nouveau, de impresionismo... En efecto, todos esos movimientos pueden verse en esa sinfonía de imágenes. Es esa cara alegre de la moneda, amenizada por los bailes, las coreografías, la energía positiva de una sociedad rural en permanente lucha vital, capaz de lo mejor y de lo peor, de unirse en bloque compacto para luchar contra los abusos de un "hacendado" al que no vemos, o de pelearse hasta casi matarse por un pedazo de tierra.


En el otro lado está la dureza de la historia que se nos cuenta. La película está dividida en cuatro capítulos, las cuatro estaciones que estructuran de igual modo la larguísima novela "Los campesinos", que el premio Nobel Wladyslaw Reymont escribió a principios del siglo veinte, y que en Polonia ha sido durante muchos años de obligada lectura en el sistema educativo. La sociedad rural que se refleja está basada en la ambición, en la supervivencia, en esquivar el hambre que amenaza constantemente con presentarse de repente. Es el triunfo del chismorreo, del patriarcado, de un machismo prácticamente feudal, consentido y asimilado por todos excepto por Jagna, que está convencida de que tiene que existir algo más importante que el dinero, y que cuando proclama ese convencimiento a su madre, esta le contesta "el amor va y viene, la tierra permanece". Es un mundo en el que una petición de mano se hace con una botella de vodka, y una joven se vende como si fuera un ternero. Es un mundo en que los tres hombres más poderosos del pueblo bailan con Jagna el día de su boda manejándola como una marioneta. Un mundo de mentiras, envidias, rencores y peleas salvajes, tanto físicas como psicológicas, en el que muchas veces la mujer es la peor enemiga de la propia mujer. Pero también es un mundo de tradiciones muy enraizadas en el alma, de compromisos respetados sin necesidad de papeles, de pasión desbordada en el baile, de duro trabajo en el campo, de fortaleza, de integridad en algunos de los personajes.


En las escuelas católicas de Polonia se ha presentado siempre a Jagna como una mala mujer, alguien inmoral y por tanto condenable. Esta película le rinde por fin justicia a un personaje que nada tiene que ver ni con lo que se ha dicho de él a lo largo de más de un siglo, ni con los planteamientos sobre la mujer que mantienen todavía algunas mentes arcaicas. Jagna es el paradigma de la libertad, de la belleza, y de la esperanza en un mundo mejor y más avanzado.


Muchas gracias a Ester Arconada por su magnífica charla, llena de pasión por lo que cuenta y de profesionalidad por lo que enseña. Gracias también a Pórtico de la Cultura, y en especial a Víctor Luis Guedán por sus interesantes aportaciones, y a los cines Zoco por estas iniciativas, siempre tan enriquecedoras y atractivas, esperando con ilusión que incorporen esta película a su programación habitual, durante el tiempo necesario para que sea vista por el mayor número de espectadores posible 

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