LA SOCIEDAD DE LA NIEVE, de Juan Antonio Bayona

La vi ayer. Pocas horas antes había visto “!Viven!”, la película de 1993 que narraba el mismo suceso que la de Bayona. Me resultaba curioso que una tragedia que había ocurrido en 1972 se hubiera llevado al cine más de veinte años después, hasta que investigando descubrí que existe una película mexicana de 1976, “Supervivientes de los Andes”, que por su mala calidad pasó al olvido rápidamente.

No había visto “!Viven!” antes. Recuerdo que cuando se estrenó en su momento se hablaba únicamente de la polémica surgida cuando los supervivientes se vieron obligados a consumir carne humana para poder sobrevivir, y lo cierto es que no me atraía nada el tema porque, ya por aquel entonces, no entendía que se produjera esa polémica. También recuerdo haber leído una crítica en algún periódico que se quejaba de que los protagonistas aparecieran sonrientes en el cartel publicitario. Se montó otra polémica sobre ese tema que tampoco entendí, porque supuse desde el primer instante que el cartel reflejaba el momento en que los supervivientes fueron rescatados.

Me resultó curioso ver en “!Viven!” a John Malkovich interpretando a uno de los supervivientes, ya mayor, y a Ethan Hawke interpretando a otro. En su intervención, al inicio de la película, Malkovich dice unas palabras que horas después recordé al ver la película de Bayona : “Al enfrentarte a la soledad sin la decadencia y sin una sola cosa material que la prostituya, te llevas a un plano espiritual en el que yo sentí la presencia de Dios. Existe ese Dios que me inculcaron en la escuela, y existe ese Dios que está oculto por todo lo que nos rodea en esta civilización. Ese es el Dios que yo me encontré en las montañas”. Esa referencia a Dios, al inicio del film de Frank Marshall, parece querer suavizar el hecho de que los supervivientes al accidente se vieran abocados a comer carne humana, y de hecho, gran parte de la trama refleja ese debate, entre moral y religioso, que sin duda se debió suscitar en ese páramo perdido de los Andes. Da la impresión de que la película se hizo para exorcizar los demonios que todavía se abatían sobre unos seres humanos que habían cometido un enorme pecado, que lo mejor que podían haber hecho era probablemente dejarse morir de hambre y dejar a los muertos en paz. Resulta curioso también en ese sentido que la película se centra en los que sobreviven, y parece obviar a los que mueren al principio y a los que van muriendo por las durísimas condiciones meteorológicas.

La película de Bayona no tiene nada que ver con la de Marshall. Yo diría que en ningún sentido. Ni estético, ni técnico, ni siquiera moral, a pesar de partir del mismo accidente, si bien es verdad que la base del director español, el libro “La sociedad de la nieve”, escrito por Pablo Vierci, un escritor uruguayo que conocía del colegio a la mayoría de los supervivientes, resulta más veraz que la novela utilizada por Marshall. Vierci recogió directamente los testimonios de los protagonistas. “En el fondo —dice Vierci—, uno escribe para generar preguntas nuevas más que para dar respuestas”.

Bayona parece querer rebatir la idea de Dios que nos expone Malkovich cuando hacia la mitad del metraje le hace decir a uno de los pasajeros heridos lo siguiente: “Pero mi fe, discúlpame no más, no está en tu Dios, porque ese Dios me dice lo que tengo que hacer en mi casa, pero no me dice lo que tengo que hacer en la montaña. Lo que está pasando acá no se puede ver con los ojos de antes. Este es mi cielo —dice tocando el techo de la cabina—. Creo en el Dios que tiene Roberto en la cabeza cuando viene a curarme las heridas, en el Dios que tiene Nando en las piernas para salir a caminar sin condiciones, creo en las manos de Daniel cuando corta la carne, y en Fito cuando la reparte sin decirnos a qué amigo perteneció. Yo creo en ese Dios. Creo en Roberto, en Nando, en Daniel, en Fito, y en los amigos muertos”. Es un testimonio, probablemente la clave que nos hace entender que somos finitos, seres humanos indefensos ante determinadas situaciones, y que en esas situaciones no existe otra cosa que nos vaya a salvar que no sea nuestra propia fuerza como seres humanos, y sobre todo nuestro amor, del que nace la fuerza, unidos por supuesto a la fuerza y al amor de otros seres humanos tan finitos como nosotros, pero también tan grandes como nosotros.

Pensamientos como los de ese pasajero, al que Numa define como filósofo, son los que probablemente evitaron que en los dos meses que duró la tortura no surgiera la jauría humana que nace en otros muchos lugares con la misma espontaneidad que el trueno. Desde el primer momento todos se ocupan de todos, cada uno en la medida de lo que puede aportar al grupo, en función de sus conocimientos y de su temperamento. En ese sentido, los personajes de Bayona son bastante más sosegados que los de Marshall, que los dibuja a veces al borde del ataque de ira.

Resulta curioso otro cruce de escenas, en relación con la forma de presentar a los fallecidos. Bayona resulta mucho más elegante dándoles su tempo, su importancia. Ethan Hawke le dice casi gritando a un pasajero, en la de Marshall, que se olvide de su esposa muerta y se centre en sobrevivir, mientras que en la de Bayona, ese mismo pasajero le dice a Numa, cuando este se pregunta qué sentido tienen las muertes: “Abracé a Liliana —su esposa que acababa de morir— con todas mis fuerzas, y sentí un amor que no había sentido en toda mi vida, y me di cuenta de que tenía una misión, que era tomar ese amor que estaba apretando ahí contra mi pecho, y llevárselo de vuelta a mis hijos. Su muerte no fue en vano”. Ese pasajero le encuentra un sentido a la muerte de su esposa, algo que para cualquier otra persona no lo tendría. Es lo que argumentan Vierci y Bayona para explicar el tremendo éxito que está teniendo la película en todo el mundo. La gente tiene hambre de sentido, de encontrar algo por lo que vivir, por lo que luchar, y la devastadora aventura humana que surge de la tragedia en los Andes puede ser un buen estímulo para encontrarle ese sentido a nuestra existencia.

Hay otras diferencias, otras características con el sello Bayona que hacen a la película espectacular. La música, las interpretaciones, la soberbia fotografía —la película se puede ver ya en Netflix, pero la recomiendo en pantalla grande—, la luz, las escenas en la cabina, los diálogos, y sobre todo un soberbio final que emociona, por su enorme carga humana, y por la forma en que transcurren los acontecimientos, las escenas, las imágenes impactantes de los rescatados, para llegar hasta ese final increíble, mágico.

No somos dioses, por supuesto, y jamás lo seremos, pero existen seres humanos capaces de hacer cosas, en un determinado momento de su vida, bastante más grandes, mucho más importantes, que las que se puedan atribuir a muchos de los dioses que conocemos. Hace pocos días lo comprobé con “La memoria infinita”, y ayer volví a verlo en “La sociedad de la Nieve”. Tanto Maite Alberdi como Juan Antonio Bayona han sido capaces con sus películas, con su forma de narrar, de transmitirnos esa idea, que no debería borrarse jamás de nuestra alma

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