EL HUEVO DE LA SERPIENTE. CINE FÓRUM

La vi seguramente hace más de cuarenta años, a principios de los ochenta, en plena transición, empujado sin duda por el carácter de transgresora con el que en aquella época se nos vendían algunas películas, quizá por sus escenas aparentemente eróticas, quizá por unos números de cabaret desde luego bastante menos sugerentes que los que nos había regalado apenas cinco años antes Bob Fosse en “Cabaret”. Fosse nos muestra un Berlín decadente, pero desde luego mucho menos, a pesar de desarrollarse en la misma época, que el de Bergman, que refleja una miseria, una devastación, una absoluta degradación humana, mucho más cercanas a la imagen de Berlín de las obras de Grosz (aquí he puesto dos de ellas que se pueden ver en el Thyssen, “Metrópolis” y “Escena callejera”) y de los escritos de Eugenio Xammar (citado después en el cine – fórum por Jesús Martínez, de obligada lectura para comprender las circunstancias de la Alemania de entreguerras).

Aquella primera visión apenas dejó huella en mí. Los alter ego de Sally Bowles y Brian Roberts (Lizza Minelli y Michael York) en “Cabaret”, en este caso Manuela Rosenberg y Abel Rosenberg (Liv Ullman y David Carradine), me resultaron mucho más tristes, más oscuros, más opacos, y bastante menos interesantes que sus hipotéticos homólogos. Era de esperar en una película de Bergman, aunque como muy bien ha apuntado Jesús Martínez, esta parece un borrón en su carrera, con una trama que parece salirse tanto de la trayectoria como de la estética habitual del inmortal director. En aquella época, creo que tanto mis valores como mis expectativas a la hora de ver una película discurrían por otros derroteros, básicamente también porque no tenía todavía un criterio formado, un estilo, una personalidad para ver cine que a día de hoy, si bien todavía sigue evolucionando y enriqueciéndose cada vez que salgo de una sala, está sin duda más desarrollada que cuando contaba con apenas veinte años.

Hoy sí que ha dejado huella. Y muy profunda, por cierto. Ciertas escenas, que me han parecido simplemente soberbias, me han impactado tanto por su belleza formal, por su estética, como por el contenido de lo que transmiten. He tenido la sensación en muchos momentos de la proyección de haberme perdido prácticamente todo el mensaje la primera vez, porque de hecho no recordaba muchas de esas escenas. Si a esa huella profunda le unimos la magnífica labor de contextualización que nos ha regalado Jesús en el cine – fórum posterior, hablándonos de la enorme carga que tuvo que soportar Alemania al tener que pagar a Inglaterra y Francia los costes de la Gran Guerra, de la invasión del Ruhr por parte de Francia, que colocó en una situación muy comprometida a la incipiente y precaria industria alemana, de la surrealista hiperinflación que sufrió la República de Weimar (un paquete de tabaco costaba cuatro millones de marcos), del racismo en todo el mundo (no sólo en Alemania, eso hay que dejarlo muy claro), institucionalizado y justificado por eruditos estudios científicos, llego a la conclusión de que a “El huevo de la serpiente” debería haberle prestado mucha más atención. Y no sólo ya por el mensaje, por la carga humana y filosófica que transmite, sino también por las magníficas interpretaciones de Liv Ullman, quizá la actriz con los ojos más expresivos de toda la historia del cine, y de un David Carradine que me ha sorprendido muy gratamente en su papel de judío americano muy alejado, en su carácter y en sus sentimientos, del judío europeo con el que se cruza de vez en cuando, y al que desprecia, en este Berlín devastado por la miseria.

Grosz. Escena callejera

¿Y cual es ese mensaje que tanto me ha dado que pensar, que tanto me ha calado?

Me ha resultado curioso cuando Jesús Martínez ha comentado que en la película no se profetiza la llegada del nazismo, porque de hecho sí que se habla de ella, de esa llegada, y muy claramente, en esta escena, que he conseguido encontrar en Youtube, y que me parece una de las mejores escenas que he visto nunca por la forma en que se desarrolla, con esa masa de personas tristes, en blanco y negro, que avanza lentamente hacia no se sabe dónde, con la expresión de una completa derrota dibujada en sus rostros, y que sin saber por qué, me ha recordado a las masas trabajadoras de “Metrópolis”, de Fritz Lang. Ya en los créditos juega Bergman con el recurso de poner esa misma imagen y contrastarla brutalmente con los títulos, en los que coloca una melodía cabaretera alegre de las que se solían escuchar en los locos años veinte, que se corta abruptamente para dejar lugar a un tenso silencio cada vez que aparece de nuevo la masa humana en pantalla. Os pongo aquí el enlace a la escena. No hay spoiler, os lo aseguro:

https://youtu.be/MUeV0No4rvw?feature=shared

De todas formas, para los que no queráis verla porque tenéis la intención de ver la película, o simplemente porque tenéis problemas con youtube, os transcribo aquí lo que se dice en ella, lo que le transmite Hans a Abel mientras le muestra las imágenes de esa masa de personas:

Mira esa fotografía. Mira a toda esa gente. Son incapaces de hacer una revolución. Están demasiado humillados, tienen demasiado miedo, están derrotados. Pero… Dentro de diez años, los que ahora tienen diez, tendrán veinte. Los que ahora tienen quince, tendrán veinticinco. Al odio heredado de sus padres, sumarán su propio idealismo, su propia impaciencia. Alguien surgirá que plasme sus sentimientos en palabras, alguien les prometerá un futuro, alguien les planteará exigencias, alguien les hablará de grandeza y sacrificio. Los jóvenes sin experiencia prestarán su valor y su fe a los cansados y vacilantes. Sólo entonces habrá una revolución, y nuestro mundo se derrumbará entre sangre y fuego”. En diez años, no más, esas gentes crearán una nueva sociedad sin paralelo en la historia del mundo

La película se desarrolla en un corto periodo de tiempo del año 1923. Esos diez años a los que hace alusión Hans acabarían en 1933, justo cuando el partido Nacionalsocialista alcanzó el poder. Ahí está la profecía de algo que ocurrió realmente, y de esa manera, a sangre y a fuego.

Hasta ahora, hasta esta mañana, había pensado que hoy en día resultaría casi imposible que se produjera algo parecido al ascenso al poder de un partido totalitario como el Nacionalsocialista. La situación, nuestra situación, la de los países europeos en general, no es ni mucho menos ni parecida a la de aquella Alemania devastada por la deuda y la miseria, con una hiperinflación muy elevada y un paro obrero brutal, con un déficit comercial y una hambruna generalizada imposibles de remontar. Con ese caldo de cultivo casi se justifica que aparezca un salvador, un líder que “les prometa un futuro”, como dice Hans. Pero ese caldo de cultivo no existe hoy. La sociedad está acomodada en un bienestar, en un modo de vida muy diferente al de la República de Weimar. ¿Para qué una revolución?, ¿para qué un salvador? ¿de qué nos iba a servir un líder con su paquete de promesas, con el nivel de vida que hemos conseguido desde entonces?



Hasta hoy pensaba así, pero hoy me he dado cuenta de que no, de que la posibilidad de una Revolución no la marcan ni las situaciones económicas, ni los niveles de vida y de consumo más o menos altos, más o menos estables y seguros, ni los valores, la educación o la cultura de cualquier sociedad europea. No, no es nada de eso.

Lo que marca la posibilidad de una Revolución, de la llegada de un líder mesiánico, de esa sociedad “sin paralelo en la historia del mundo”, es algo tan intangible, tan controlable por los medios y los poderes interesados en controlarlo, como el miedo.

El miedo, ese es el motor del cambio que se nos puede venir encima del mismo modo que vino en 1933 en Alemania. Viendo a esas personas en esa escena, he visto a la inmensa cantidad de gente que hoy en día tiene miedo, un miedo que para unos puede resultar justificable y para otros no. Un miedo que se produce a pesar de que disfrutemos de una relativa seguridad económica y vital. Un miedo a problemas que realmente nunca llegan a producirse, a extenderse. Miedo a cosas que en realidad no ocurren, miedo a enemigos inexistentes, miedo a nuestro vecino de otro país, a que otros nos roben nuestros trabajos, o nuestras casas, a que nos atraquen, a que nos sacuda una enfermedad por la mala calidad de los alimentos. Miedo a problemas que, entrara quien entrara, liderara quien liderara, iban a seguir existiendo, porque su existencia está asegurada por medios y poderes interesados en asegurarla. Es exactamente igual que la escena del director de circo cuando le lee a Abel las opiniones que vienen en prensa, cuando alguien habla de violaciones masivas, de asesinatos indiscriminados de ciudadanos en la frontera, que en realidad sólo se producen en su cabeza.

Es el miedo el que nos podría conducir otra vez al caos, y mientras no seamos capaces de neutralizar ese miedo, de asumirlo, de controlarlo y de relativizarlo, seguiremos siendo esa masa gris, humillada y derrotada, de la que en unos años podría surgir de nuevo el huevo de la serpiente. De hecho ya están apareciendo esos primeros huevos, todavía incipientes, todavía inmaduros, en Grecia, en Italia, en Hungría...

Hoy se me ha abierto otra puerta al pensamiento, al debate, al razonamiento y al criterio. La intervención de Jesús Martínez y de los representantes de Pórtico de la Cultura me ha parecido tan interesante que seguramente no será la última vez que mantenga contacto con ellos. Sus propuestas para este Curso 2023 – 2024 son muy atractivas, y dignas de dedicarles mucho tiempo y estudio. Ha sido una mañana tan edificante como enriquecedora, gracias de nuevo a la iniciativa cultural de los Zoco. No nos olvidemos nunca de que la cultura es vida, y de que vivir cultura ayuda a relativizar los miedos.


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