KAULAK

LUGAR: Biblioteca Nacional. Sala Hipóstila

FECHA: Hasta el 28 de Agosto de 2022

http://www.bne.es/es/Actividades/Exposiciones/Exposiciones/Exposiciones2022/kaulak.html

 

Una exposición dedicada a Antonio Cánovas del Castillo (Madrid, 1862-1933), un polifacético personaje con una gran inquietud cultural, que manifestó con la pintura, la crítica de arte, la escritura, y sobre todo, la fotografía. Esta faceta de fotógrafo se divide en dos etapas. La primera, como amateur, va desde 1890 a 1904. En esa fecha comienza la segunda etapa, con el seudónimo Dalton Kaulak y la fundación de la famosa galería Kaulak, que mantendría hasta su muerte en 1933.

La exposición, en la sala Hipóstila de la Biblioteca Nacional, está estructurada por orden más o menos cronológico. La primera parte comienza con un video en el que se muestran los primeros pasos como fotógrafo, con imágenes de personas y lugares que atraían la atención del fotógrafo. El largo pasillo que sigue muestra grandes ampliaciones de fotografías de temática costumbrista, campesinos, paisajes idílicos y escenas en las que se aprecia una temática un poco forzada, llevándose la palma en mi opinión la imagen de una campesina que, sentada al borde de una galera, parece mirar al vacío con melancolía. Además de las fotografías, se exhiben máquinas fotográficas, grabados, libros y revistas procedentes tanto de los fondos de la Biblioteca como de otras colecciones. Kaulak fue uno de los pioneros en la conservación de los negativos de las imágenes que tomaba, y su galería fue una de las más importantes de España.


Precisamente la segunda parte de la exposición se dedica a la etapa de la galería, marcada por sus retratos de la monarquía y la nobleza, de hombres ilustres (en la propia galería mantenía una exposición de estos retratos), artistas, literatos, actores y actrices y hasta toreros. De entre todos esos retratos destacaría el de Galdós, con una sonrisa socarrona que refleja perfectamente el carácter del escritor, y la mirada entre huidiza y medio asustada de María Eugenia, la esposa del rey Alfonso XIII. Me sorprendió también que Machaquito, además de una marca de anís, fue un torero de carne y hueso de expresión no precisamente dura, y la fotografía de María Guerrero caracterizada de un personaje teatral lleno de energía y dramatismo.

La exposición es pequeña, pero sumamente interesante. Las imágenes de Kaulak tienen una fuerza y un dramatismo que no se aprecia normalmente en otras fotografías de la época. Las reproducciones van del blanco y negro puro y duro a un tono entre sepia y morado, siempre muy nítido, que transmite la fuerza vital del personaje retratado. Tanto como testimonio de una época, como expresión del legado técnico de un fotógrafo que además de fotografiar escribió varios libros relacionados con la fotografía, merece la pena perder poco más de media hora para verla.


Me metí en la sala Hipóstila al contemplar el enorme cartel que anuncia la exposición. El propio Kaulak parece observarnos cuidadosamente, con la mano izquierda colocada en una pose ligeramente forzada en la barbilla, y el dedo pulgar hundido en la comisura del labio. Sus ojos, saltones y atrayentes, escondidos tras unas gafas de lente redonda, te miran como diciendo “¿vas a tener la osadía de pasar de largo de MI exposición? Ni se te ocurra…”. Este primer retrato, que impone, no resulta sin embargo tan inquietante como el que cierra el recorrido, situado junto a la puerta de salida, en el que Kaulak, manteniendo la mano izquierda casi en la misma posición que en el cartel, apoya el puño derecho en la brillante superficie de una mesa de madera. Lo desasosegante de esta imagen, o al menos a mí me lo pareció, son los ojos, que no se dirigen directamente al espectador, y que muestran un marcado estrabismo. La expresión es seria, grave, podría decirse incluso que hasta pomposa. No sería capaz de determinar si el Kaulak del cartel es mayor que este, o viceversa, pero lo que sí creo tener meridianamente claro es que la expresión de este es mucho más triste.

Estaba ahí, dialogando con la tristeza de Kaulak, ensimismado, cuando apareció la vigilante de seguridad por el extremo del pasillo.

— Adiós, buenos días

Me saludó, dando por sentado que, dado que ya había dado la vuelta completa a la exposición, me


disponía a salir de ella.

— Buenos días

Contesté educadamente, y seguí contemplando la extraña mirada de Kaulak. Miraba a Kaulak, y miraba a la vigilante de seguridad que se disponía a dar otra vuelta completa al recinto. Ahora pienso que fueron los ojos de Kaulak los que me empujaron a hacer lo que hice.

Lo primero era neutralizar tanto la entrada como la salida de la exposición. Me resultó muy sencillo cerrar la puerta de acero y cristal que daba acceso a la misma y echar el cerrojo. Después seguí el camino que había emprendido la vigilante. Me situé a su espalda caminando despacio y tratando de hacer el menor ruido posible. Se trataba de una joven alta, morena, con el pelo cortado con una pequeña melena y bastante delgada, pero fuerte. Saqué del bolsillo las llaves de casa y las coloqué entre los dedos, de forma que la punta de cada llave asomara ligeramente debajo de cada nudillo del puño derecho. Tomé aire y golpeé a la mujer con toda mi fuerza en la nuca. La pobre emitió un gemido y cayó desplomada al instante.

No había tiempo que perder. Las llaves le habían producido varias heridas en la base del cráneo y la sangre empezó a deslizarse por su cuello hasta llegar al suelo. Le quité la porra de la cintura y seguí andando por el pasillo de la exposición. Sabía que no había casi gente porque no me había cruzado con nadie, por lo que me sorprendió bastante ver a dos señoras de mediana edad que contemplaban embelesadas el bucólico retrato de la campesina sentada en la galera.


Al llegar a su altura me paré al lado de una de ellas. Si bien me notaba nervioso, y con el pulso ligeramente acelerado, estaba mucho más tranquilo que durante el episodio en la exposición de Tepuy. La señora me miró sonriente.

— Resulta un poco forzada la pose, ¿no le parece? Mi amiga dice que no, que se trata de una imagen robada muy natural.

El clásico de la amiga que buscaba mantener la razón con la intervención de un completo desconocido iba a jugar a mi favor.

— Sí, la verdad es que se nota bastante, creo, que Kaulak montó la escena.

En ese momento volví a recrear en mi mente la extraña mirada de Kaulak. Levanté la porra rápidamente y le asesté a la señora un golpe descomunal en todo el centro de la coronilla. Puso los ojos en blanco, se ladeó y empezó a inclinarse lentamente hacia su amiga.

— ¿Qué haces, Daniela? No te apoyes tan fuerte, mujer, que me tiras al…

Supongo que la mujer iba a decir “suelo”, pero no le di tiempo. Alcé la porra de nuevo y la descargué con fuerza en su cabeza.

En esta ocasión me sentía más tranquilo que la primera vez que asesiné a alguien. Supongo que la práctica es inversamente proporcional al estrés cuando se trata de matar. La segunda amiga había quedado en el suelo encima de la primera. Me alejé unos pasos. Sin llegar a la extrema belleza barroca que consigue Lécter al colgar de la jaula al sargento Boyle, tengo que decir que la entrañable mirada de la campesina de Kaulak posada en las dos mujeres muertas y tumbadas a sus pies, no carecía de un encanto especial.

Recorrí unos metros. De la primera vuelta recordaba una puerta de doble hoja situada más o menos en el centro de uno de los pasillos, forrada con pegatinas de la época de la galería. Comprobé que se abría, y en pocos minutos había escondido en el interior de un cuarto oscuro los tres cadáveres.

Al salir, contemplé de nuevo el retrato de Kaulak. Estoy seguro que se trataba de una distorsión de mi mente, motivada seguramente por el traumático episodio de haber segado la vida de tres personas, pero no me pareció que la expresión de Kaulak fuera tan triste como la primera vez que la había visto. Muy al contrario: me estaba sonriendo.

 

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