SEBASTIÁN CASTELLA. MONÓLOGO


SEBASTIAN CASTELLA. MONÓLOGO

LUGAR: Casa de Vacas Retiro

FECHA: Hasta 29 de Mayo 2022

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No me considero taurino en absoluto. No me gustan ni la fiesta ni su entorno, pero tengo que reconocer que la propuesta del torero francés Sebastián Castella, que ha usado varios capotes para pintar, me atrajo desde el primer momento que la vi. Su arte fue alabado en la exposición Art Basel de EEUU en 2021.

El estilo de Castella recuerda en muchas ocasiones tanto a Picasso como a reminiscencias de Frida Kahlo. Destacan las esculturas, de pequeños toros con enormes cuernos que nos pueden recordar las representaciones que del animal se hacían en Creta. Los capotes, al parecer los mismos que ha utilizado el artista en su vida profesional como torero, resultan ser buenos receptores de la contundente pincelada del artista, que muestra una energía y una filosofía que la verdad es que me sorprendió. Se trata de un total de 25 obras, entre esculturas y pinturas ejecutadas con pintura acrílica, en la que al parecer se representan toros realmente toreados por el matador, que ya se ha retirado de los ruedos.


Se trata de una exposición discreta, muy asequible, con algunos lienzos al final que denotan la sensibilidad artística de Castella. Aunque la influencia picassiana es en algunas ocasiones demasiado evidente, se nota una base de estudio y asimilación de iconos relacionados con el mundo del toro que no dejan de sorprender y agradar al que los contempla. Algunas esculturas me recuerdan vagamente al Minotauro, y en otras, como ya he dicho, se puede apreciar un estilo muy similar a los toros que se pueden ver en el palacio de Cnosos. El torero dice haber aprendido a pintar justo después de retirarse como matador, pero está claro que su gusto por el arte le viene de antiguo.

La Casa de Vacas es el entorno más adecuado para esta exposición, ya que los capotes abiertos (algo que me sorprendió) ocupan mucho espacio en el lienzo, y las altas paredes de esta sala de exposiciones que casi nunca defrauda son el entorno más adecuado para los enormes lienzos de Castella.

Es agradable visitar de tarde en tarde la Casa de Vacas. Las exposiciones suelen ser muy cortas en el tiempo, y casi nunca he coincidido que repita ninguna. En esta ocasión ya venía preparado, había mirado en Internet y sabía lo que me iba a encontrar. Aunque sabía que la performance de Matadero iba a ser difícil de superar, confiaba en que en esta ocasión también me iba a quedar una buena, por así decirlo, “faena”. De hecho la idea inicial era acabar con seis personas, pero siempre, por supuesto, que las circunstancias lo permitieran, y teniendo en cuenta sobre todo que a este lugar, un miércoles por la mañana es muy complicado que acuda mucho público.


Hubiera sido artístico venir con un estoque de torero, por supuesto, pero tanto el tamaño como el formato no me hubieran permitido viajar cómodamente en el metro desde mi casa hasta aquí, así que tuve que conformarme con un afilado estilete, tipo italiano, que encontré hace poco en el Rastro.

Después de contemplar la exposición, ya casi en la salida, volví sobre mis pasos y recapitulé. Me había cruzado con una pareja en torno a la cincuentena, con una señora de unos setenta años que se acercaba con sus gafas de gruesos cristales tanto a los capotes tanto que casi aplastaba su nariz contra el cristal que protegía la obra, y con un individuo de edad indefinida, muy grueso, que sudaba y respiraba haciendo mucho ruido.

En ese momento no sabía si las circunstancias me iban a permitir realizar la performance. La Casa de Vacas es un lugar muy abierto, excesivamente abierto, con dos pasillos laterales que conducen a una gran sala en la que se celebran las exposiciones. Por el pasillo de la derecha se accede, y por el de la izquierda se sale. Así de simple. En medio de esa especie de U mayúscula hay un auditorio y bajo él la zona de las baños, a los que se puede acceder desde cualquiera de los dos pasillos laterales bajando unas escaleras.

Una de las zonas más sugerentes, desde la cual me imaginé poder colgar a alguien, es un pasillo de estructura metálica accesible desde el pasillo de la izquierda. Hacia allí me volví, con la esperanza de encontrarme a mi primera víctima, cuando vi que la pareja de cincuentones bajaba al baño.

Me iba a resultar sencillo. Primero me metí en el baño de caballeros, con la casi certeza que la mujer iba a tardar más. El hombre estaba en un urinario, mirando, como solemos hacerlo sin saber muy bien por qué hacia abajo. Me puse a su espalda con el estilete en la mano, y sin más lo hundí con fuerza hasta la empuñadura en su nuca. Me sorprendió la blandura de su cuello, y lo fácil que la hoja se abrió paso prácticamente hasta el esternón. Bien es verdad que se trataba de un estilete muy fino, bastante antiguo, probablemente con mucha sangre de la época de los Borgia en su hoja. Sin saber muy bien por qué extraña pirueta de la mente, recordé, mientras el hombre se desplomaba lentamente sin apartar las manos de su bragueta, la primera escena de “MATADOR”, cuando Assumpta Serna se deshace de su amante clavándole en la cerviz la aguja de su pelo.


Al principio pensé en dejarle allí mismo, pero luego me entró una especie de ataque de ansiedad y lo llevé a rastras hacia una de las cabinas. En esta ocasión, la poca sangre que había salido de la herida había sido absorbida por su polo de Ralph Lauren, y no quedó nada de rastro en el suelo.

Después me dirigí al baño de señoras. Mi sorpresa fue mayúscula al encontrarme con la anciana de gafas de gruesos cristales acicalándose en el lavabo. Al verme entrar me miró con los ojos entornados, sin asimilar que yo estuviera allí.

— Este baño es el de señoras.

— Lo sé, señora

No le di tiempo a decir más. Le clavé el estilete con toda mi fuerza en el lugar en el que supuse se encontraba su corazón. En esta ocasión me costó más, como si la hoja se hubiera encontrado con alguna costilla, pero después de girar un poco encontró su camino. Con la boca abierta, la mujer se puso pálida de repente. Mientras caía, escuché el sonido de la cisterna de una de las cabinas. Me dirigí hacia ella, y esperé a que la pareja del hombre que dormía en el baño de caballeros abriera la puerta. Al verme esbozó un grito de terror, pero le puse una mano en la boca y conseguí voltearla, de tal suerte que le clavé el estilete de la misma forma que había hecho con su marido.

Al salir del baño me surgió la duda. Podía dirigirme al vigilante, y cerrar incluso la puerta para no tener molestias, o buscar al hombre grueso. Finalmente decidí dedicarme al vigilante. Me dirigí hacia él con las manos cruzadas a la espalda y el estilete fuertemente empuñado con la derecha.

— Bonita exposición — le dije sonriendo

— Para el que le gusten los toros, sí, no está mal.

Al llegar a su altura, sin mediar ninguna palabra más, le clavé el estilete entre la clavícula derecha y la base del cuello. Para mi sorpresa, el hombre echó mano rápidamente de su porra, y llegó a sacarla de su cinturón. Tuve que emplearme a fondo para agarrar con la mano izquierda su mano derecha con la porra, y darle otro golpe de estilete a la altura del corazón. Mientras forcejeábamos, pude ver con el rabillo del ojo que el hombre grueso salía en aquel momento. Se me había escapado. En ningún momento se me ha pasado por la mente hacer mis ejercicios con víctimas reales al aire libre, aunque ese día, en aquel lugar, podía haberlo hecho perfectamente.

Noté cómo a poco la fuerza de la mano derecha del vigilante disminuía, y que sus ojos se quedaban en blanco. Saqué el estilete de su pecho y lo limpié en su camisa.

Cuatro víctimas, cuatro almas más para mi cuenta personal, y en esta ocasión en una exposición relacionada en cierto modo con la celebración de la muerte de un ser vivo. Probablemente mi performance más adecuada en el lugar indicado.

 

 

 

 

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